Temas como el aborto, el matrimonio y divorcio entre gays, pero sobre aquello de aceptar la existencia de “hijos” de parejas del mismo sexo –un oxímoron al cubo– son situaciones serias, extremas que no pueden ni deben ser resueltas por simples leyes del Congreso. Para empezar, la gran mayoría de nuestros “padres de la patria” carece de suficiente inteligencia, sutileza y coherencia como para legislar sobre aspectos tan cruciales para la sociedad.
La idea tampoco pasa por imponer lo que resuelven otros países. Copiar algo así significaría, sencillamente, claudicar; a la par que someter y humillar a nuestra idiosincrasia a realidades foráneas, por el complejo de valorar que las sociedades extranjeras son mejores –y más avanzadas– que la nuestra. Los tiempos y las formas son ángulos excepcionalmente críticos al momento de buscar la solución sobre cambios de esta trascendencia en una sociedad. Más que necesario, resulta indispensable respetar la mística y el credo nacional en sesgos tan sensibles como el homosexualismo en naciones como el Perú con honda historia, tradición y mística. No por gusto tantas culturas valiosas, milenarias forman parte de nuestros genes. Entonces pretender llevarse de encuentro tamaño acervo cultural –por el solo expediente de “adecuar nuestra realidad a la del mundo moderno”, un mundo de por sí caótico y lindante con la versión más extrema y grotesca de una Sodoma y Gomorra contemporánea– implicaría pasar por encima de miles de años de heredad plasmada en nuestro ADN. Y esa facultad, amigo lector, no puede –no debe, más bien– arrogársela Ejecutivo, Legislativo ni autoridad alguna. No hay forma que un gobierno pueda descifrar el verdadero sentir de 28 millones de peruanos en menesteres tan íntimos y complejos como legislar sobre la homosexualidad, ni mucho menos regular formalizar la existencia de “familias” surgidas en forma antinatural; es decir, darle carácter de matrimonio a lo que es una simple unión entre personas de un mismo sexo, o peor, avalar ese contrasentido de “hijos de matrimonios unisex”.
Esto viene a colación porque Argentina acaba de aprobar el “matrimonio” entre gays. Y claro, como acá somos tan ingeniosos ya empezaron los activistas a exigir lo mismo. Es decir, como siempre, carecemos de imaginación; sólo sabemos calcar. Lo que sucede, también, es que el movimiento gay en el mundo –patrocinado por la Asociación Internacional de Lesbianas. Gays, Bisexuales, Trans e Intersex– es poderosísimo. Y sus tentáculos llegan a arrinconar a gobiernos, al extremo de obligarlos a establecer las normas que impone su comunidad.
Perú está a la par que Chile, Brasil, Bolivia y Paraguay, países donde no existe legislación alguna que proteja o aliente los intereses gays. Creemos que debe seguir así en tanto el país –en su conjunto– no se pronuncie en sentido diferente. Y al decir que el país se pronuncie en su conjunto nos referimos a la necesidad que lo haga vía referéndum nacional. Vía consulta popular. Reiteramos, sería más que imprudente que las autoridades pretendan interpretar el sentir de todos los peruanos en un asunto de este calibre, sobre todo considerando que los gobiernos se encuentran expuestos a irresistibles presiones de los movimientos gay. Y eso es intolerable. En consecuencia sólo un plebiscito podrá adoptar decisiones complejas como instituir el “matrimonio” –unión legal, en todo caso- y la “familia” gay.