viernes, 1 de febrero de 2013

EL TIPO DE FAMILIA NO ALTERA EL PRODUCTO

La familia siempre se ha considerado clave y constituyente básico de una sociedad. Tal es así que se describió, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como “el elemento natural y fundamental de la sociedad, con derecho a la protección de la sociedad y del Estado”.
Tal relevancia es atribuida al seno familiar por su riqueza en los recursos que la persona necesita para crecer y madurar, y por ser donde la libertad puede expresarse en su totalidad. El hombre es un ser compuesto por varias dimensiones perfectibles: afectiva, social, corporal... Todas ellas se ven nutridas en la familia –en mayor o menor medida según edades; pero siempre pueden verse satisfechas en el seno familiar–.
Desde hace ya miles de años, el ser humano ha pasado de vivir en pequeños clanes a vivir en sociedades casi globales. El entramado de familias y sus interacciones forman las relaciones sociales. A su vez, la familia interactúa con el Estado y éste interacúa con aquélla; se puede afirmar, pues, que las familias dependen del Estado y viceversa, consiguiendo ambos lo que necesitan del otro.
Según sean las familias, de una forma u otro serán las sociedades; si esto es así, unas u otras serán las decisiones del Estado. Como se ve, el comportamiento de un gobierno y de una sociedad dependen enteramente de las familias. Podría afirmarse que las partes determinan el total. Esto justifica claramente el carácter “fundamental” que la Declacración Universal de los Derechos Humanos les otorga.
Resulta obvio que cada persona es única e irrepetible. Cuando se juntan dos individuos para formar una familia, el carácter único e irrepetible de los componentes pasa a formar parte del todo. De ahí que se pueda afirmar también que las familias son todas diferentes –aunque sí pueden compartir rasgos–.
Tomando como criterio las características de las personas, las familias se pueden clasificar de diversos modos: familia nuclear (madre, padre), familia monoparental (uno solo de los padres y descendencia), familia homoparental (pareja homosexual y descendencia adoptada), familia ensamblada (agregación de dos o más familias)...
Ciertamente cada persona posee una dignidad que no le puede ser arrebatada. Y como ocurre con el carácter único e irrepetible anteriormente comentado, la dignidad de los componentes también pasa a formar parte del todo. De este modo obtenemos familias monoparentales u homosexuales igualmente dignas que las compuestas por una mujer y un hombre.
Me gustaría concederme a mí mismo una pequeña licencia para detenerme en este punto sobre la dignidad e implicarme con el fin de recalcarlo. Las familias monoparentales y las homsexuales, por mucho que se sea reacio –sobre todo con la segunda–, siguen siendo igualmente dignas, respetables e igualmente merecedoras de la protección del Estado. Si recurrimos a la definición dada más arriba de que la familia es relevante “por su riqueza en los recursos que la persona necesita para crecer y madurar, y por ser donde la libertad puede expresarse en su totalidad”, pueden otorgárseles a las familias monoparentales y homosexuales iguales derechos –y deberes– que las formadas por un hombre y una mujer. La descendencia que se críe en estos senos familiares, al igual que en los heterosexuales, recibirán todo lo que necesiten para crecer: una educación, comida, afecto, etc...
Me atrevería a decir que estos dos tipos de familias –monoparental y homosexual– podrían ejercer mejor su papel que algunas heterosexuales en las que se ve machismo, violencia de género, frialdad, superficialidad... Obviamente, los dos últimos términos también podrían ocurrir en una familia monoparental u homosexual; no obstante, no se debería a que la pareja sea del mismo sexo o sólo haya una figura de referencia para la descendencia, sino que se debería a que las familias –de cualquier tipo– están formadas por personas, con un pasado, una historia, una educación que los ha configurado así.
Desde siempre, y bajo una visión influenciada por la religión, se han despreciado a las familias monoparentales y a las homosexuales, seguramente porque en otro tiempo, con otra configuración social, no eran familias procreadoras, por lo que no generaban ni mano de obra ni siervos ni nada –una mujer y su hijo no podrá procrear nunca si no es “en pecado extramatrimonial”, y dos hombres nunca podrán procrear–. Desde siempre y en todos los lugares, “por dinero baila el perro”, por lo que estos tipos de familia han sido tachadas de muy diversos nombres, como antinaturales, –a pesar de estar formadas por personas con dignidad–.